miércoles, 22 de diciembre de 2010

CONQUEST OF THE PLANET OF THE APES


Los productores del estudio pretendían con esta nueva película insuflar aires renovados a la saga y ofrecer un tratamiento más arriesgado e independiente; y a fe, que lo consiguieron.

El guión escrito por Paul Dehn narra una historia mucho más dura, directa, atrevida  y oscura que sus predecesoras. Debido a lo cual, y pensando en cómo poder sacar el máximo provecho a un guión de esta naturaleza, se buscó un director con entidad, fuera del género de la ciencia ficción, quien pudiera darle el sello de autor a la producción en ciernes. El elegido para tomar las riendas del proyecto, no fue otro que J. Lee Thompson, quien atesoraba títulos tan destacados, como, por ejemplo, “El cabo del terror” o “Los cañones de Navarone”.

El riesgo al que se exponían los ejecutivos de la 20th Century Fox, dándole un nuevo rumbo a la saga —el cual no iba a ser plato de buen gusto para todos los fanáticos de la saga— y dejando el proyecto en manos de alguien con personalidad y experiencia—quien iba a permitir pocas intrusiones por parte del estudio—, tampoco es que fuera muy alto. La saga había perdido algo de fuelle en taquilla y todos los implicados en la producción sabían que no se podría sacar mucho más partido a la franquicia; al menos, claro, en el celuloide. Si la película era un fiasco, simplemente tendrían que adelantar el cierre.

Los responsables técnicos y artísticos, a pesar de las limitaciones con las que contaron para sacar adelante el proyecto de esta cuarta entrega, ya fuera la estricta censura —no olvidemos que la película precedente, “Huida del planeta de los simios”, estaba dirigida a un público familiar—, o el exiguo presupuesto —el cual obligaba a disimular la falta de medios con una medida planificación técnica y un impresionante montaje final— hicieron una labor encomiable.

“Conquest of the Planet of the Apes” o “La rebelión de los simios” —título con el que es conocida en España— es un producto de una factura notable. Visto con cierta perspectiva, la elección de un director como J. Lee Thompson fue todo un acierto. Basta abstraerse de los intereses mercantilistas y analizar esta obra cinematográfica desde un punto de vista meramente artístico, para percatarse de que nos encontramos ante una película dirigida por un autor que supo ser capaz de dotar a cada una de las imágenes que componen la película de una crudeza y energía implacables; con una puesta en escena que se mueve entre el cine más clásico y esa especie de estilo sucio y agresivo de los setenta, que le proporcionaba a la películas rodadas en aquella época un tono casi documental. Y para lograrlo, Thompson se limitó a darle espacio a sus actores y a componer fantásticos planos generales, donde destacan dos colores: el rojo y el negro. Por un lado, el rojo se torna clara metáfora de la sed de sangre de los simios, hartos de de las vejaciones constantes a las que son sometidos; y por otro, el negro, símbolo del poder y autoritarismo humano.

Como toda gran película de ciencia ficción que se precie de serlo, se vale de la parábola para hablar de forma implícita de los acontecimientos políticos y sociales que estaban teniendo lugar en aquella época en los Estados Unidos. Pues no olvidemos que la película se rodó en la convulsa década de los setenta. Donde la lucha por los derechos civiles era más encarnizada que nunca, el presidente JFK era asesinado y la guerra de Vietnam estaba abriendo profundas heridas en la mentalidad de una nación propensa a la ingenuidad. Siempre es más fácil transformar a un simio en un héroe que lucha por los derechos de su pueblo, frente a un gobierno opresor y corrupto, que ponerle la corona de espinas a alguno de aquellos anónimos afroamericanos, quienes se vieron implicados en los disturbios de Watts de 1965 —los cuales sirvieron de inspiración a Paul Dehn para redactar el guión.

A pesar de todo lo dicho, cabe señalar que la película no se limita a hablar de la lucha de clases, sino que es un film de aventuras en estado puro; para quienes sólo pretendan pasar un rato entretenidos y no quieran hacer una lectura más profunda.

Todo el plantel de actores está magnífico en sus respectivos roles, aunque es indudable que quien brilla con una luz más intensa, es un impresionante Roddy McDowall, que en esta película interpreta a César —como la precedente hizo con Cornelius—; dotando a su personaje de una gama de emociones tal, que uno olvida que todo no es más que un truco cinematográfico y que ese magnifico ser que pierde la inocencia por culpa de los hombres, no es un simio, sino un hombre enfundado e una máscara.

Para una cinta resulta muy complicado destacar, siendo la cuarta entrega de una saga, como es el caso del film que nos ocupa. Además, el hecho de que la calidad y los presupuestos fueran menguando, progresivamente, con cada nueva entrega de la franquicia, tampoco ayuda demasiado. Mucha gente desprecia esta película, o no la valora en su justa medida, como consecuencia de su principal demérito; es decir, la cinta nació con el único propósito de seguir engordando las arcas de los mandamases del estudio, quienes vieron un filón digno de ser explotado en el enorme éxito de una obra maestra llamada “El planeta de los simios” y decidieron ignorar el hecho de que sus artífices la hubieran pensado para que no pudiese perpetrarse una continuación, dándole uno de los finales más memorable y escalofriantes de la historia del cine. Pero si se le da una oportunidad, y se ve sin prejuicios, más de uno va a llevarse una agradable sorpresa.