martes, 6 de diciembre de 2011

El último exorcismo, de Daniel Stamm


“El último exorcismo” logra hacer partícipe de la experiencia al espectador, gracias a una notable puesta en escena documental, estudiada al milímetro. Donde se nota el buen pulso del director, Daniel Stamm, quien para solo tener una película más en su haber, “A necessary death”, demuestra una madurez narrativa encomiable.

La excelente labor técnica de Stam, y de todo su equipo, se ve potenciada por un elenco de actores en estado de gracia. Quienes, saben hacer de la contención su principal virtud, y dotan, a sus respectivos roles, de la veracidad que requiere el tono realista de la cinta.   

Patrick Fabian —quien da vida al protagonista, Cotton Marcus— es capaz de asumir todo el peso de la historia, sobre sus hombros, y salir airoso del envite. Su interpretación raya a gran altura, transmitiendo, en todo momento, los distintos matices de un personaje herido en su fe y con graves problemas de identidad. Un hombre religioso, un padre de familia, cansado y desesperado, que siente que ha desperdiciado toda su vida, entregándose, en cuerpo y alma, a prodigar la palabra de Dios; a pesar de las constantes contradicciones del mensaje religioso, que propugna como si fuera un showman, a sus entregados feligreses; y la fragilidad de algunos de los postulados sobre los que se asienta la Iglesia.

Merecen especial mención, las secuencias dedicadas a desvelarnos las artimañas, propias del exorcista, a la hora de engañar a los incautos creyentes, valiéndose de todo tiempo de burdos trucos, y psicología barata, durante el exorcismo.

La actriz que interpreta a la niña poseída, Ashley Bell, provoca autentico pavor, sin necesidad de maquillaje u efectos digitales. Impresionante la escena en la que ella, acurrucada encima de un armario, nos mira, fijamente, a través de la lente del objetivo del Cámara, mientras permanece en completo silencio.

Esta película consigue tener al público, en vilo, con el alma a punto de salírseles por la boca, deseando que pase algo enseguida, lo que sea, pero que pase. Todo, con tal de que obtener un momento de respiro, y prepararse para afrontar otra secuencia terrorífica.

Casi no recordaba la última vez que pasé miedo de verdad en un cine, y sentí la tensión de una forma tan física como en esta ocasión.

“El último exorcismo” no es una película de sustos al uso, es un film atmosférico y, sobre todo, de personajes. La desazón y la inquietud, así como la preocupación por los implicados en los sucesos, es lo que importa. Lo sobrenatural, queda en un segundo plano.

Lo que nos hace hundirnos en las butacas, lo que nos asusta de veras, es lo que intuimos, o creemos oír, y la sospecha de que, todo lo que ocurre, puede ser responsabilidad de un ser humano, y no de una identidad sobrenatural.

Pero lo dicho hasta ahora, se viene abajo, cuando, después de haber cerrado la trama de un modo bastante coherente, el director pone en entredicho la credibilidad interna del film, ofreciéndonos un giro argumental, que destroza la película.

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