domingo, 2 de enero de 2011

EVIL DEAD (Posesión infernal).

A muchos nos bastó con visionar los primeros minutos de esta bizarra e interesante película, para darnos cuenta que nos hallábamos ante un material realizado por un director destinado a convertirse en una referencia dentro del género de terror. Y si bien es verdad que “Posesión Infernal” no es para nada una película redonda –como suelen ser la mayoría de las óperas primas—, no es menos cierto que la cinta en cuestión es un maravilloso alegato de las cualidades innatas, y aún sin explotar, de quien estaba en ciernes de convertirse en un excelente autor.

A principios de la década de los ochenta, Sam Raimi, sin apenas dinero, acompañado por un reducido grupo de actores desconocidos y de sus —ya por entonces— inseparables amigos –el productor Robert Tapert y el actor Bruce Campbell—, decidió jugársela, y se marchó a Tenesse, con el propósito de rodar una pequeña película de terror, cuya acción se situaría en una cabaña abandonada, ubicada en medio de un bosque de aspecto lúgubre.

La trama elegida para lo que iba a ser su ópera prima no podía ser más simple: una pandilla de amigos deciden viajar a una cabaña aislada y su curiosidad provoca que entes endemoniados accedan a nuestro plano de existencia y siembren el caos y la destrucción allá por donde van.

Analizando la película, uno llega a la conclusión de que todos los implicados en el proyecto tenían muy claras las ideas con respecto a lo que iban a hacer. El guión está escrito con el único objetivo de poder llevarse a cabo; sin alardes. Una historia sencilla y directa. Pocos actores. Textos cortos y fáciles de decir; los cuales no ralenticen en ningún momento la filmación o provoquen el desperdicio del bien más preciado de una producción —la película—. Efectos físicos que puedan realizarse de forma barata, pero que sorprendan al espectador. Una o dos localizaciones; no más. Situar la trama en espacios reales, los cuales no necesiten ser recreados. Valerse de la oscuridad para disimular los defectos de producción. Y por último, pero no menos importante, convertir la historia en una fiesta gore —plagada de excesos, sangre y fluidos caseros—, con el propósito de atrapar la atención de los espectadores y que su película no deje indiferente a nadie.

Cierto es, que el factor suerte tuvo mucho que ver en su posterior éxito comercial. La película debe gran parte de su buena recepción entre el público, a que se estrenó en una época en la que el video estaba en auge y los productores veían en la venta y alquiler de cintas de video una suculenta y nueva fuente de ingresos a explotar. Pero si uno analiza, como ya he mencionado anteriormente, con algo de detenimiento la cinta, y escucha a quienes trabajaron en ella, se da cuenta de que todos los miembros del equipo pusieron todas sus energías al servicio de la película. El fracaso hubiera supuesto, probablemente, que Sam Raimi jamás hubiese podido dedicarse al mundo del cine.

Pero la inteligencia se torna superflua, sin el apoyo del instinto y el talento. Y de ambos, ya andaba sobrado Sam Raimi, por aquella época. El virtuosismo que demuestra con la cámara, que él mismo maneja; así como el deliciosos montaje y sonorización de la película, permiten que un material rodado de forma amateur, cobre en la pantalla una fuerza e intensidad cinematográfica fuera de lo común. A lo largo del metraje se suceden secuencias de cine en estado puro.
Aún hoy, resulta increíble como un director novel fue capaz de dominar y  manejar con semejante precisión el tempo de una secuencia. Fascinante el sonido de las vigas cuando la cámara cenital sobrevuela por encima de la cabeza de uno de los personajes acosado por los espíritus malignos. En definitiva, la película es un magnifico ejemplo de cómo se pueden crear picos de tensión y pavorosas atmósferas, gracias a un buen montaje. Raras veces se ha conseguido transmitir con tanta crudeza y de forma tan visceral la sensación de asedio, como en el caso que nos ocupa.

Poco importa que los personajes sean simples esbozos o que las actuaciones no estén a la altura —a excepción, claro, del genial Bruce Campbell —, porque lo que engancha de esta película es cómo te están contando lo que sucede, y no lo que sucede en sí.

La falta de medios fue un factor fundamental para que un director con unas ganas locas de rodar, se convirtiese en una maquina creativa invencible, empleando ingentes cantidades de creatividad y talento y, sobre todo, arrogancia y falta de conciencia, para sortear, uno a uno, todos los obstáculos que le salían al paso. Basta señalar, como ejemplo de ingenio creativo, las distintas secuencias subjetivas de la presencia malsana e invisible que merodea la casa y se mueve entre los troncos del bosque, acechando a los ingenuos adolescentes —y que, desde entonces, tantos directores han “homenajeado”—, fue rodada situando la cámara encima de una carretilla.
Más tarde, vendrían dos secuelas más, pero eso, como dice un hermoso libro, ya es otra historia.