domingo, 16 de enero de 2011

THE SPIRIT




Frank Miller es un autor con un talento colosal, y lo lleva demostrando varias décadas en el mundo del cómic. Por eso mismo, es una lastima que haya desaprovechado una oportunidad extraordinaria de escribir y dirigir una gran película. Porque, además, esta vez lo tenía todo a su favor. Sí, digo bien: “esta vez”. Porque, para quienes no lo sepan, hace muchos años fue tentado por la poderosa industria de Hollywood. Lo que le mantuvo apartado durante bastante tiempo de los lápices y de la mesa de dibujo. Pero el cine es un monstruo económico demasiado grande e incontrolable, capaz de devorar el talento y convertir a grandes autores, venidos de otros medios, en meras piezas de un engranaje mayor, que nada sabe de autoría o creatividad. La experiencia en los Ángeles resultó nefasta. Acostumbrado como estaba a tener un control absoluto de su obra, sólo pudo contemplar —impotente y enrabietado— como los productores destrozaban sus guiones y echaba por tierra lo que podían haber sido grandes películas. Obviamente, decepcionado y con el ego hundido, regresó al mundo del cómic, y siguió escribiendo y dibujando obras maestras, como si nada hubiera pasado.

Nunca imaginé que Frank Miller volvería a atreverse con el cine. Pero cuando vi “300” y “Sin City”, tuve la esperanza de que el gran público pudiera descubrir lo que unos pocos ya sabíamos: Frank Miller es un autor excelente.

Pero mi gozo, en un pozo.

Frank Miller ha realizado una fallida adaptación cinematográfica del cómic homónimo de Will Eisner. La película adolece de solidez alguna, tanto en los apartados técnicos como artísticos. Los actores se ven incapaces de salir airosos de los difíciles roles que les han tocado representar, a pesar de la demostrada solvencia de la mayoría; tampoco les ayuda nada haberse visto sometidos a una mediocre dirección de actores y la exigencia de llevar lo caricaturesco al límite. Los diálogos suenan absurdos y encorsetados, salvo contadas excepciones. La trama discurre a trompicones, pues una escena no conduce a la siguiente de manera fluida y la sucesión de secuencias no provocan un aumento de la intensidad dramática; más bien, todo lo contrario.

El público asistente a la sala, a medida que trascurren los acontecimientos, comienza a perder el interés y a despreocuparse por lo que pueda pasarle a los personajes. Y esto, sucede porque la propia cinta, tal y como está concebida, excluye al espectador de la experiencia cinematográfica y le impide implicarse emocionalmente.

Frank Miller opta por dotar a la película de un humor surrealista, exaltado y ruidoso —alejado por completo de la sutileza e inocencia de la obra original—; transformando lo pretendidamente subversivo y sarcástico, en algo vacuo, que resulta, a todas luces, insustancial y absurdo.

El mayor problema de Frank Miller —al contrario de lo que piensas muchos críticos— no ha sido que haya adoptado una estética hermanada con “Sin City” —al fin y al cabo, Miller no está imitando a nadie más que así mismo—, sino que haya tomado malas decisiones como director; principalmente, en la etapa de preproducción. Y dirigir, es tomar decisiones.

El guión debió rescribirse y trabajarse mucho más de lo que se hizo. Siendo, como es él, un gran escritor, da la impresión de que Frank Miller apenas se esforzó en escribir el libreto. “The Spirit” iba a ser su primer vástago reconocido del séptimo arte, que menos que haberse mostrado más exigente consigo mismo durante el proceso de escritura. Cuesta entender, además, como alguien que se conoce al dedillo la obra de Eisner, es incapaz de captar el espíritu que emanan las viñetas de “The Spirit” en el papel impreso; más cercano a una comedia de acción de Cary Grant que al sórdido mundo de Batman.

A pesar de todo, el ambiente de novela negra, a lo Raymond Chandler, está bastante logrado. Aunque otra mala elección — ¡y ya van!—, vuelve a poner en tela de juicio las aptitudes de Frank Miller como director de cine. La introducción de elementos modernos —fotocopiadoras, móviles, ordenadores— resta credibilidad y encanto a la cinta. También resulta incomprensible como la dirección artística, tan detallista con el entorno y el vestuario, viste a los personajes más insoportables del film —primos hermanos de Jar Jar Binks, supongo—, de forma tan simplista: con camisetas negras —donde solo cambian los ridículos eslóganes grabados a la altura del pecho—, pantalones vaqueros y zapatillas deportivas actuales; cosa que provoca que parezca que los estúpidos clones no forman parte de la misma realidad que el autor está tratando de confeccionar en la pantalla.

Y podría seguir enumerando más y más decisiones equivocadas, que provocan que esta película haya sido una gran decepción… Pero creo que no merece la pena.


Basta con decir que todos lo elementos que conforman la película parecen ideados para gastar una enorme broma pesada. Sí, puede ser. Frank Miller parece que haya querido reírse de todos, hasta de sí mismo, y le ha salido mal la jugada.

En definitiva, nos encontramos ante una mala película. Más que nos pese a aquellos que admiramos y hemos seguido con suma devoción la portentosa trayectoria de quien —con apenas veinte años y sin experiencia alguna como guionista— se atrevió a encargarse tanto del guión como del dibujo de una serie de cómics condenada a la cancelación —como era el caso de “Daredevil”—, y nos ofreció los primeros mimbres de lo que iba a ser la extensa obra de uno autor sobresaliente.

Deseo, fervientemente, que esta película —que por bizarra, seguramente, el tiempo convertirá en film de culto— no sea más que un borrón en el currículum intachable de Frank Miller. Porque, de no ser así, significaría que estamos siendo testigos del declive de una de las figuras más importantes y veneradas del noveno arte.

Y a nadie le gusta ver como se desploman los ídolos.