jueves, 19 de enero de 2012

”Mañana, cuando la guerra empiece”, de Stuart Beattie



Con el atentado del once de septiembre de 2001, los ciudadanos estadounidenses —arengados por su gobierno— comenzaron a temer un ataque enemigo en su propio territorio. La paranoia, disipada tras el fin de la Guerra Fría, volvió a instaurarse en la sociedad americana. Este hecho, digno de estudio, ha provocado que aparezcan varias producciones cinematográficas, que especulan sobre lo que sucedería, si una potencia extranjera invadiese suelo estadounidense. Y la moda se ha extendido por otros países que no están acostumbrados a los conflictos bélicos y viven en un aparente clima de paz y prosperidad.
 
”Mañana, cuando la guerra empiece” es la adaptación de una novela juvenil australiana, que se apropia de dicha premisa, para hablarnos del tránsito hacia la madurez, de un grupo de jóvenes inmersos en un conflicto armado.

Los personajes, estereotipados, carecen por completo de profundidad. Sus acciones no están justificadas y sus reacciones cambian en función de las necesidades de la película. En ningún momento tienes la impresión de estar asistiendo a un viaje interior y exterior; a una traumática pérdida de la ingenuidad, como se empeñan en poner de manifiesto los personajes, valiéndose de diálogos poco sutiles y artificiosos, cada vez que tienen oportunidad.

Los momentos de mayor tensión son resueltos con sorprendente torpeza, tanto argumental como técnicamente. Existen dos secuencias cruciales en la película, cuyo impacto en los espectadores debería ser brutal, y que están resultas de modo burdo.

La primera de estas secuencias es cuando los jóvenes descubren que realmente ha estallado una guerra en su idílico pueblo y toman conciencia de que se encuentra metidos de lleno en un escenario bélico. Basta visionar el arranque de Amanecer Rojo (Red Dawn; 1984) —dejando a un lado las connotaciones políticas, claro— para darse cuenta de cómo se puede contar algo similar con muchísimo más brío y emoción. Con aquella inolvidable secuencia inicial, en la que los paracaidistas rusos inundan el cielo de un pueblecito de sur de Estados Unidos, John Milius consigue que el espectador se quede aturdido, casi traumatizado, ante lo que acaba de ver. En “Mañana, cuando la guerra empiece” el espectador tiene que hacer denodados esfuerzos por creerse lo que está sucediendo en la pantalla y sentir cierta empatía con los personajes.

La segunda secuencia, es la del puente, donde —dado lo complejo y peligroso de la misión que afrontan los protagonistas— el espectador tendría que seguir los hechos que se desarrollan en la pantalla con un nudo en el estomago. Pero el guionista y director de la cinta se limita a ofrecernos un espectáculo de acción vacuo y carente de tensión. Ojalá Stuart Beattie hubiese revisado la secuencia final de El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai;1957)”, antes de acometer el rodaje de la secuencia más importante de su película. Tal vez así, habría logrado plasmar una décima parte del grado de emoción y suspense que destilan los majestuosos fotogramas rodados por el maestro David Lean.