jueves, 6 de septiembre de 2012

DREDD (2012), de Peter Travis.




UNA ADAPTACIÓN IMPECABLE

La decisión de evitar abarcarlo todo y optar por ofrecernos una película donde suceden pocas cosas es un acierto; así como el hecho de tratar de respetar al máximo la esencia del personaje, siendo esta su principal virtud.

Esta película es la antítesis de la protagonizada por Sylvester Stallone en los años noventa. Es como si los responsables de la misma hubiesen revisado la cinta anterior, eliminado todos los elementos superfluos de la misma y potenciado aquellos que pasaron inadvertidos o directamente se obviaron. 

La película nos narra el fatídico primer día de la Juez Anderson, quien poseé poderes psíquicos y un idealismo que se irá viendo diezmado a medida que su personalidad va evolucionando y la situación en la que ambos jueces se ven inmersos adquiere tintes morales más complejos.

Anderson sirve como motor narrativo para que los espectadores puedan ir descubriendo a través de sus ojos el mundo futurista y totalitario donde los policias aplican la ley de forma violenta e inclemente; ya que tienen potestad para detener, juzgar y ejecutar las sentencias de muerte al instante.

La presencia de la novata es importantísima para darle al argumento una cierta carga emocional. Aunque Anderson se irá endureciendo a marchas forzadas; es eso, o la muerte. También, la ausencia de casco -ya que este impide que sus poderes psíquicos funcionen de forma correcta- vale como espejo amplificador de la escasa humanidad del incorruptible e implacable Juez Dredd -víctima insconsciente del sistema; cuya única obsesión es hacer cumplir la ley sin cuestionarla- y permite que el espectador pueda empatizar del alguna forma con el encargado de acompañar y evaluarla durante ese primer día de servicio.

Esta vez sí, la historia respeta la idiosincrasia del personaje, y Dredd -creado por John Wagner y Carlos Ezsquerra para la revista 2000 AD- no se quita el casco en toda la película. 

Dreed” es una película de acción trepidante, que no olvida el transfondo paródico y de crítica social con el que nació el personaje hace más de treinta y cinco años, época en la que la alargada sombra de Margaret Thatcher provocó que la política de “mano dura” en Inglaterra se viera incrementada y favoreciese las diferencias sociales y la opresión de determinados colectivos; pero cuyo principal objetivo es entretener.

Por eso mismo, el filme utiliza solo el transfondo social como escenario y contexto de una historia donde la violencia extrema contrasta con la falta de reacción por parte de los jueces que la ejercen, en contraposición con el histrionismo de los criminales implicados en el asedio.

Probablemente, en la más que previsible secuela -basta que la película haga unos buenos números en taquilla- se hará más hincapié en la situación sociopolítica, sin dejar de lado la acción desenfrenada; se ahondandará más profundamente en las sangrantes direfencias sociales y económicas que posibilitan que una élite disfrute de una vida de lujo y comodidades mientras los estratos más pobres de la sociedad se pudren hacinados en interminables torres de hormigon; y se tratará de explicar por qué la delincuencia crece, exponencialmente, a medida que las leyes se endurecen y las drogas químicas se convierten en la panacea una vida miserable y sin expectativas de cambio. 

 
Peter Travis, director de la cinta, ha dado en el blanco a la hora de darle vida al guion sencillo, directo y sin fisuras de Alex Garland. Este filme parece estar rodado con el espíritu libre y sin concesiones de una producción independiente de bajo presupuesto: pocos personajes, sangre a raudales, secuencias desagradables; prácticamente una única localización; una trama sencilla y directa; secuencias rodadas a cámara superlenta, con claras intenciones artísticas, pero sin la pretensión de deleitar, sino de tratar de captar la sensación de un “chute” y contrastar con la rápidez de un montáje excelente, cuyo ritmo endiablado se consigue sin la necesidad de apabullar con los planos incluidos en las distintas secuencias que componen la película-; y una fotografía sucia y envejecida que enriquece el metraje con una textura devaluada; ideal para representar una sociedad en franca decadencia.

Tampoco, como ya hemos mencionado, Travis escatima en sangre, vísceras y secuencias truculentas, al igual que en las historietas británicas. Tal vez se hecha un poco de menos el humor negro que destilan las páginas del cómics. Aunque quizá sea mejor que no se hayan inclinado por la parodia exagerada; la medida justa del humor y el tono de este pueden echar a perder unos buenos personajes y una buena historia.

 La película no es una obra maestra -de hecho, puede aburrir e incluso enfadar a aquellos incautos que entren en la sala sin saber qué es Juez Dredd y esperando un cuidado desarrollo de personajes, una trama compleja o una experiencia metafísica-, pero es una adaptación perfecta del personaje. Probablemente, si no te gusta este filme, tampoco lo harán las historietas del personaje -y viceversa- porque el tono está captado de forma prodigiosa.

Para finalizar, cabe destacar la excelente presencia de Karl Urban como Dredd -en un poderoso ejercicio de falta de ego- quien nos ofrece una interpretación potente y fiel del Juez Dredd, valiéndose solo de la voz -indispensable verla en versión original- y del lenguaje corporal. También cumplen de manera eficaz Lena Headley -interpretando a una prostituta y drogadicta convertida en capo del crimen- y sobre todo, Olivia Thirby, quien le da el aire de fragilidad e inocencia que necesita el Juez Anderson.