miércoles, 16 de enero de 2013

Django desencadenado



“Spaghetti western” siempre ha sido una forma despectiva de referirse a los western producidos con capital europeo y rodados con medios precarios y en períodos muy cortos de tiempo en tierras españolas o italianas.

Si bien es cierto que hay muchísimas películas mediocres de dicho género, como consecuencia directa de la fiebre “Explotation”  de los sesenta y setenta, resulta sumamente injusto la distinción que se hace con los western clásicos americanos. Si se rasca un poco la superficie, y no nos quedamos exclusivamente con la excelente filmografía de Sergio Leone, podemos dar con un buen puñado de títulos que merecerían un mayor reconocimiento: “De hombre a hombre” (Da uomo a uomo; Giulio Petroni, 1967); “Las pistolas cantaron a muerte” (Tempo di massacro, Umberto Lezi ; 1996) o la filmografía completa de Sergio Corbucci, a quien Tarantino rinde pleitesía en su particular revisión de Django. 

Quentin Tarantino se encuentra en un momento de plenitud artística. Tiene una seguridad en sí mismo y una capacidad para narrar que se permite asumir riesgos a los que pocos directores se expondrían. Si necesita que suenen los acordes de Rap en Django, lo hace, y punto. No se plantéa las críticas que pueda recibir por ello.

Basta escuchar los primeros acordes de Django en la secuencia inicial de créditos para remontarnos a otra época y forma de hacer cine, al mismo tiempo que nos adentramos en territorios remozados, los cuales desprenden ingenio y atrevimiento a raudales. 

No hay restricciones. Todo vale, si la historia lo requiere.  En “Django desencadenado” no es tan importante lo que se nos cuenta como la manera de contarlo; esta misma película realizada por otro director podría haber sido un auténtico desastre.

Tarantino no busca el beneplácito de la crítica. Solo quiere saciar al ávido espectador que lleva dentro desde que era un crío y que sueña con emular a sus ídolos de juventud. Para ello, una vez lograda la libertad creativa y una cierta posición de poder en Hollywood, parece haberse propuesto rodar otra vez todas las películas que le apasionaron; da igual si estas eran de Kinji Fukasaku, Ringo Lam, Enzo G. Castellari, Umberto Lezi o Russ Meyer.

Probablemente, muchos críticos ortodoxos critiquen y subrayen como defectos los elementos técnicos y artísticos que hacen de esta película una obra sobresaliente. La incursión de piezas de Rap en la banda sonora, las licencias artísticas,  el exceso de sangre y la estructura narrativa forman parte de la esencia de los filmes que Tarantino ama casi de forma irracional. 

En “Django desencadenado” Tarantino nos brinda un “Spaghetti western” crepuscular en estado puro, y al mismo tiempo, como si de una muñeca rusa se tratase, una trepidante Blaxploitation. El mestizaje de género queda patente en cada escena. 

Christoph Waltz repite con Tarantino y nos ofrece una interpretación majestuosa. Jamie Foxx  se mimetiza con su rol de antihéroe y nos regala una actuación tan contenida como intensa. Leonardo DiCaprio es capaz de infundir verdadero terror, interpretando a un Negrero aparentemente amable y refinado que esconde a un peligroso y loco hijo de puta en su interior. Tarantino le reserva un papel  tan goloso como peligroso a un genial Samuel L. Jackson, quien salva la papeleta con nota; aunque a veces de la impresión de que se sale un poco del personaje. Y en su tradición de recuperar viejas glorias, el director, le brinda una segunda oportunidad de brillar a Don Johnson, quien parece haberse divertido interpretando a su villano esperpéntico.

Todo el reparto está fantástico. Ojalá hubiese tenido un papel más destacado el grandísimo Franco Nero y no se hubiese limitado a un divertido cameo donde Jaime Fox y él comparten un plano calcado al de Bruce Willis y John Travolta en “Pulp Fiction”.